Por Guillermo Fárber*

BUHEDERA: Iatrogenias desatadas

BUHEDERA: Iatrogenias desatadas
Periodismo
Febrero 20, 2014 08:42 hrs.
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Este imeil es muy ilustrativo: “Mauricio se encontraba bien de salud, hasta que su mujer, a instancias de su hijos, le dijo: ‘Mauricio, vas a cumplir 60 años. Es hora de que te hagas una revisión médica.’ ‘¿Y para qué, si me siento muy bien?’ ‘Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sientes joven’, contestó su mujer. Por eso mi amigo Mauricio fue a consultar al médico. El médico, con buen criterio, le mandó a hacer exámenes y análisis de todo lo que pudiera hacerse y que la aseguradora pagase. A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar. Entonces le recetó:

Atorvastatina grageas para el colesterol, Losartán para el corazón y la hipertensión, Metformina para prevenir la diabetes, polivitamínico, para aumentar las defensas, Norvastatina para la presión, Desloratadina para la alergia. Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó Omeprazol y diuréticos para los edemas. Mi amigo Mauricio fue a la farmacia y gastó una parte importante de su jubilación en varias cajitas primorosas de colores variados. Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia, las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico. Este, luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas, lo notó un poco tenso y algo contracturado, por lo que le agregó Alprazolam y Sucedal para dormir. Esa tarde, cuando entró a la farmacia con las recetas, el farmacéutico y sus empleados hicieron una doble fila para que él pasara por el medio, mientras ellos lo aplaudían. Mi amigo Mauricio, en lugar de estar mejor, estaba cada día peor. Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina y casi no salía de su casa, porque no pasaba momento del día en que no tuviera que tomar una pastilla. A la semana, el laboratorio fabricante de varios de los medicamentos que él usaba lo nombró ‘Cliente Consentido’ y le regaló un termómetro, un frasco estéril para análisis de orina y una lápiz con el logo de la farmacia. Tan mala suerte tuvo mi amigo Mauricio, que a los pocos días se resfrió y su mujer lo hizo acostar como siempre, pero esta vez, además del té con miel, llamó al médico. Este le dijo que no era nada, pero le recetó Tapsín día y noche y Sanigrip con efedrina. Como le dio taquicardia le agregó Atenolol y un antibiótico, Amoxicilina de 1 gr. cada 12 por 10 días. Le salieron hongos y herpes y le indicaron Fluconol con Zovirax. Para colmo, mi amigo Mauricio se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se enteró de las contraindicaciones, las advertencias, las precauciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones médicas. Lo que leía eran cosas terribles. No sólo se podía morir, sino que además podía tener arritmias ventriculares, sangrado anormal, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos abdominales, alteraciones del estado mental y otro montón de cosas espantosas. Asustadísimo, llamó al médico, quien al verlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas porque los laboratorios las ponían por poner. ‘Tranquilo, Mauricio, no se excite’, le dijo el médico mientras le hacía una nueva receta con Ravotril con un antidepresivo Sertralina de 100 mg. Y como le dolían las articulaciones le dieron Diclofenaco. En ese tiempo, cada vez que Mauricio cobraba la jubilación, iba a la farmacia donde ya lo habían nombrado cliente VIP. Esto lo hacía poner muy mal, razón por la cual el médico le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos. Llegó un momento en que al pobre de mi amigo Mauricio las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas, por lo cual ya no dormía, pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado. Tan mal se había puesto que un día, haciéndole caso a los prospectos de los remedios, se murió. Al entierro fueron todos, pero el que más lloraba era el farmacéutico. Aún hoy, su mujer afirma que menos mal que lo mandó al médico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes. (Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.)”



OOOOOOMMMMMM

Recuerda meditar cuanto puedas, cuando puedas.



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